El mal de Aral es la víctima de un insensato sistema de planificación que sacrificó los huertos y frutales, mimados durante siglos, al monocultivo del arroz y del algodón; de un sistema que potenció el regadío de miles y miles de hectáreas a toda costa y que no vaciló en usar toneladas de abonos y pesticidas para conseguir una mayor productividad. La lógica del sistema le quitó el agua al Aral para devolverle unos residuos envenenados. La lógica del sistema anegó los campos e hizo emerger la sal de las entrañas de la tierra. El sistema se cargó el Mar de Aral